martes, 6 de abril de 2010

RECUERDOS CONSTRUIDOS


Tuvo que pasar media década para que una escena similar se repitiera. Un lustro de vals. Baile de dos, que no parejas, despegado y rígido, sincronizado en sentido opuesto, giratorio, y por supuesto sin destino final.
Pero no siempre fue así. Primero se sucedieron dos años de soledad y nostalgia, ese preludio concertado antes de juntarse los cuerpos. Fruto de ese acuerdo previo venido por las circunstancias pasadas, consecuencias de aceptar una invitación de baile en estado de embriaguez.
Dos cuerpos tumbados de nuevo, esta vez en la playa. Ambos quemándose. Ellos aún no lo sabían, aunque era fácilmente de presagiar. Era de ese tipo de quemadura que tan sólo te das cuenta pasado un tiempo, suele ser bajo la ducha, desnudo, y en compañía. Tú, contigo mismo.
Quise construir un recuerdo y llevármelo para siempre, uno que nadie ni nada pudiera arrebatarme, ese que te da fuerza cuando más lo necesitas, aquel que te rejuvenece y te da empuje en la vida, aquel que justifica todos los pesares.
Había viento, se oían pájaros, el mar, y ella.
Le tapé las palabras con mi mano.
El recuerdo deseado era: Ella, yo, la arena, el sol, los sonidos, paz y tranquilidad entre nosotros, tanta veces pretendidas y tan pocas logradas.
Pero pasó lo que pasa cuando intentas construir un recuerdo. Que yerras. Y eso que lo obtuve todo, todo menos lo que más deseaba. Ella no intuyó en ningún momento mis pretensiones y por eso falló. Yo pensaba que ella no quería construir un recuerdo juntos, y por eso fallé.
Culpamos a las circunstancias, cuando estas son creadas por nosotros. Era nuestra culpa, de ambos y de ella. Pero... ¿De qué sirven las culpas? Si en esencia con lo que tenemos que convivir instante tras instante es con nosotros mismos y sus consecuencias.
Al final, sí me llevé un recuerdo, no el deseado, pero sí uno real:
Ella, pensativa y seria, con la cabeza gacha hacia la arena.

lunes, 5 de abril de 2010

RECUERDOS DE UN OLVIDO.

Ya era tarde, muy tarde. Hacía horas que estábamos todos acostados, que no dormidos. Algunos solos, y los más afortunados, no tan solos. Por una vez era uno de estos.
Ella me daba la espalda.
Hasta ese momento no me había dado cuenta de lo sensual que la tenía. Piel bronceada, adornada de lunares colocados de forma caprichosa, y su pelo cayendo hasta descansar en la almohada.
No podía ver su cara, pero tampoco hacía falta. Hacía cerca de quince años que nos conocíamos. Casi la mitad de nuestra vida.
Pero ahora la observaba desde una posición privilegiada, desde la cual pocos hombres la habían contemplado desde este curioso ángulo, y no serán muchos más los que la contemplen en el futuro. Ella, más pudorosa, se tapaba de cintura para abajo con la sabana, dejando que esta marcase toda su figura.
Fue una noche calurosa, y muy húmeda, de finales de mayo, de aquel mayo de hace dos años. Principio, de aquel verano que marca tu vida.
Me incliné sobre ella, y asomé mi cabeza por encima de su nuca. Buscaba su mirada, y la encontré. La tenía fija, pensativa. Pero no hacia mí, sino al infinito, que no estaba a más de dos metros de nuestra cama.
Necesitaba observarla...
Una lágrima bajo por su mejilla, casi sin fuerza, como si la gravedad no quisiera actuar. Como si las fuerzas de la naturaleza se sintiesen invasoras de nuestra intimidad. Realmente, no tenían derecho a existir dentro de esos muros, eran entes usurpadores de un momento que no les correspondían. Ellos lo sabían, pero aún así, permanecían inmutables.
De todas ellas había una que me irritaba especialmente, creíamos que la controlábamos, pero, en realidad, se nos escapaba de entre las manos.
¿No os ha pasado alguna vez, que os encontrarais en un momento sumamente especial, aquel que siempre habéis soñado que llegase alguna vez, y que una vez alcanzado desearíais que nunca concluyera? Doy por hecho que sí.
Os hago otra pregunta: ¿Os arriesgaríais a permanecer toda vuestra vida en un momento concreto? ¿Sea bueno, o malo? ¿Sea el más deseado, o el más insoportable? ¿El más aburrido, o el más interesante? O aún peor, que se eternice el momento más mediocre posible, aquel que no te aporte nada, ese momento inexistente de experiencias, aquel en el que pasa la vida sin pasar.
Si Dios no juega a los dados será por algo....¿Pero acoso, yo soy Dios, o me acerco vagamente a él?
Tal vez será por eso, por lo que tras incorporarme, me marché.